Un curioso anuncio de periódico.

Ricardo observó los moretones en su rostro, apenas, pues su ojo derecho aún seguía medio cerrado y con el ojo izquierdo veía todo entre un constante brote de lágrimas.
         «¿Te duele?» decía el anuncio en el periódico.
Abajo en la cocina, Ricardo escuchaba los torpes pasos de su tío que de seguro buscaba la cerveza número veinticinco, en la sala podía escuchar a su tía hablando con alguna de sus amigas sobre como Hilda (quienquiera que esa perra fuera) había llegado vestida a la “Reunión de señoras de La Caridad” (fuera lo que fuera esa mierda) y de “cuánto escote y pierna había mostrado”,
         «¡Apuesto que sí! —Continuaba el enunciado en el periódico —¡Ah! ¿No nos crees?
         NOSOTROS SABEMOS LO QUE ES EL DOLOR.
TODOS NOSOTROS SABEMOS CÓMO TE SIENTES… ¿Y SABES QUÉ ES LO MEJOR? ¡QUE SABEMOS CÓMO SOLUCIONARLO!»

         Ricardo puso una mano vendada sobre su mejilla hinchada y trató de sonreír, no pudo del todo, pero la sonrisa estaba ahí, formándose dentro de él como un tumor maligno.
         El periódico estaba fechado hacía dos semanas y Ricardo temió que esa curiosa oferta hubiera vencido ya, no parecía pues no decía nada más, no había demasiada información de contacto ni de qué requisitos eran necesarios, parecía más bien una carta de odio escrita por algún grupo de inadaptados.
         Yo soy un inadaptado, pensó Ricardo recordando con crudeza el dolor del fuego cubriendo sus manos, de los azotes y de los nudillos de su tío chocando contra su rostro…una y otra y otra vez.
         «NO TE PREOCUPES, SABEMOS POR LO QUE ESTÁS PASANDO Y SABEMOS QUE NO QUIERES QUE ELLOS SE ENTERES, LO ÚNICO QUE TIENES QUE HACER ES… ¡PEDIR NUESTRA AYUDA! ¡ASÍ NOMÁS!»
         Ricardo le dio vuelta a la página para ver qué más decía, pero no había nada más. ¿Sólo debo pedir su ayuda? ¿Cómo?, sus entrañas se retorcieron un poco, ¿era acaso una broma? ¿Era eso nomás? No, debía ser algo real, era increíble que el periódico hubiera permitido que alguien anunciara algo así, pero claro, como no había información de contacto ni nada tal vez pensaron que era un chiste, un pobre diablo que quería decirle al mundo sobre qué tan miserable se sentía. ¿O acaso era algo más?

Ricardo se quedó dormido como pudo, era difícil cuando te dolía estar acostando tanto de espaldas como de lado izquierdo o derecho. En medio de la noche escuchó la puerta de su habitación abriéndose con un feo chillido, pasos, gruñidos, respiración agitada y más gruñidos. Una mano tan rasposa como un bloque de cemento se posó sobre su frente para acariciarlo. Ricardo sintió asco pero esperó, no era la primera vez…pero algo le decía que sería la última. Cuando la luz de sol empezaba a colarse poco a poco entre su resquebrajada ventana sabía que era cierto. No sabía cómo explicarlo pero lo sabía, era tan cierto como que su tío y tía eran unos hijos de puta.
         Ellos lo iban a ir a ayudar y lo mejor de todo, lo que le dio satisfacción, era que lo que ellos traerían no sería justicia sino venganza. Pura y descontrolada venganza.


Con todo gusto se hubiera quedado en su habitación toda la mañana, aun si eso significaba no desayunar ni almorzar, pero no podía, si no bajaba su tío iba a subir por él, era curioso cómo funcionaba el sentido de reglas y moral de su tío. Le tomó casi media hora ponerse una playera pálida y una pantaloneta que olía a humedad. Se sentó a la mesa e intentó comer la porquería del plato. Su tío lo miraba con ojos rojos, ni se te ocurra decir nada…y luego sonreía.
         Para cuando el reloj marcó las cinco de la tarde, Ricardo subió a su habitación, finalmente terminado de trapear el piso y limpiar la taza del baño.
        
Escuchó como la puerta se abría ligeramente, él estaba de cara a la pared pero podía decir que alguien lo estaba viendo. Escuchó pasos…murmullos…otra puerta se abrió de golpe, el cuarto de sus tíos…más pasos, excepto que era más como pies arrastrándose…alguien gritó y gritó en serio…madera rompiéndose…más gritos, excepto que ahora eran ahogados…sangraban, Ricardo lo sabía de alguna forma…todo era un caos, muebles eran lanzados, cristales se hacían pedazos, tela era desgarrada…más gritos seguidos de unos patéticos ¡Por favor…P-Por f-f-av-vor…¡No más! …Ricardo no quería abrir los ojos, no quería arruinar el trabajo de ellos, no tenía sentido pero aun así mantuvo sus ojos cerrados.
         Murmullos…golpes fuertes, algo había tronado hasta partirse en dos, más chillidos…plegarias…murmullos…finalmente un par de cuerpos cayendo al suelo con un ruido sordo.
         Ricardo suspiró, su pecho estaba oprimido.
Algo resopló en su rostro, un aliento helado y maloliente.
         ¡Sal y mira!
No había nadie ahí con él, caminó cojeando y jadeando. Salió al jardín y miró a su tío y tía tirados de bruces en el césped, bueno, no exactamente de bruces, más bien regados por el césped. Ricardo sintió frío y luego una línea de agua tibia bajó por su muslo hasta formar un charco bajo sus pies.
         Al fondo, pegados a la cerca que dividía su casa de la otra, había un grupo de hombres encapuchados y con enormes gorros puntiagudos como una versión hermana de los Ku Klux Klan. Ricardo se dio la vuelta, casi resbalándose en el charco de orina, y estaba a punto de correr lejos de esa escena cuando se topó con otro hombre encapuchado. Su capucha olía a polvo y fruta y carne podrida. Ricardo resolló y supo que iba a morir.
         El hombre encapuchado estiró un brazo amarillento que apenas tenía piel, le dio una gruesa y fea veladora con una flama que brillaba quieta, imperturbable ante la brisa de la noche.
         No tenía caso preguntar qué debía hacer, era más que obvio.
Se acercó con la veladora en su mano que no había sido tan quemada y la lanzó a los cuerpos. FFFUFF estalló la llama con un raro color carmesí.
         Ricardo miró fijamente los pedazos ardientes de sus tíos y de repente algo estalló dentro de su cabeza.
         ¡AYUDA POR FAVOR, MI HERMANO ME QUIERE MATAR!
¡MI MAESTRO ME HACE DAÑO, ME QUIERE HACER COSAS!
¡MI PADRASTRO…!
¡MI VECINO…!
¡EL PASTOR DE LA IGLESIA…!
¡AYUDA, AYUDA, AYUUUUUUDAAAA!

Las voces le martillaban la cabeza y Ricardo pensó que ahora sí moriría. Cayó arrodillado mientras escuchaba los últimos restos de sus tíos tostándose. Los encapuchados murmuraban cosas que él sólo podía suponer eran plegarias.
         Él no era el único, lo había sabido siempre, el mundo estaba plagado de bastardos llenos de mierda en la cabeza. Él quería ayudarlos…pero sobre todo, quería vengarse de todos…todos lo que se atrevían a tocar a alguien indefenso sólo porque no podían satisfacer sus deseos enfermos solo con una mano y una revista. Ricardo sonrió y recogió la veladora cuya flama ni siquiera había parpadeado. 
Él iba a ir por todos esos hijos de puta.


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