Chuchos


Lo primero que Ismael notó al salir de su casa para ir a trabajar esa mañana fue lo callado que estaba todo. Eran las 6:30 de la mañana y el frío aun calaba hasta los huesos, tanto que daban ganas de quedarse en la cama bien enchamarrado, pero Ismael no podía darse ese lujo, después de haber pasado casi un año sin trabajo no podía permitirse llegar tarde en su primer día.

         Ismael no tenía esposa o hijos así que podía darse el “lujo” de ir de pueblo en pueblo buscando algún patrono que necesitara de sus servicios.



Había llegado a aquel pueblo conocido como “El cerrito del sol” el día anterior, domingo, y el viaje había sido tan extenuante que no había despertado sino hasta la mañana siguiente, justo a tiempo para ir a su nuevo trabajo.

         Ismael observó los locales y tiendas con las rejas corridas y con candados, las ventanas cerradas y el incómodo silencio de la madrugada. Ni siquiera podía oler el aroma del pan recién horneado que era uno de los placeres de vivir, aunque sea por corto tiempo, en un pueblo pequeño. Ajustó su vieja y confiable mochila y siguió su camino por aquella calle empedrada, enervado por lo fuerte que sonaban sus pasos en las calles y avenidas.

         Una que otra vez se detuvo pues había visto algo por el rabillo del ojo, movimientos rápidos y borrosos, «son solo chuchos» pensó acelerando el paso.

El camino hacia la finca en donde iba a trabajar por lo que él esperaba fueran al menos seis meses parecía extenderse e Ismael tuvo que controlarse para no correr aterrado. «No dejés que todo esto te asuste, vos caminá y caminá tranquilo»

         En una de las esquinas a lo lejos notó que un perro arrastraba algo, entrecerró los ojos para ver qué era y sin darse cuenta empezó a acercarse. El perro como muchos otros perros de la calle estaba horriblemente desnutrido y su piel mostraba el daño del jiote y algo más, Ismael no sabía qué pero la piel y pelo del animal tenía una extraña tonalidad. A pesar de su apariencia el animal arrastraba el bulto con increíble fuerza y codicia. Ismael se detuvo de golpe y el corazón le dio un vuelco. Lo que el perro estaba arrastrando era un niño de tal vez no más de cinco años, el chucho lo tenía agarrado de la manga del pantalón que estaba empapado de lo que era obviamente sangre. Ismael se quedó boquiabierto sin poder pensar en nada más, trató de restregarse los ojos pues de seguro estaba confundiendo todo, de seguro era una bolsa de basura o algo, pero no podría ser un niño…no podía…excepto que sí lo era.

         El pequeño tenía el pecho descubierto e Ismael notó con un asfixiante terror que el estómago del pequeño había sido desgarrado con increíble violencia.

«¡Jesús!» gritó Ismael mientras trataba de contener las arcadas. Debía hacer algo pero qué, ¡Qué!

         El chucho se detuvo en medio de la desolada calle y empezó a gruñir, en un segundo una docena de perros igual de desnutridos salieron por las otras calles. Ismael estaba pegado al suelo y por más que quería no podía apartar la mirada de aquel pobre niño con el vientre abierto y el rostro congelado y gris. No se había dado cuenta que detrás de él, a una calle de distancia, tres chuchos se acercaban lentamente, acechando y con la delicadeza de una bestia hambrienta que no quiere que su presa se dé cuenta de su presencia.

         Sus ojos brillaban con una rabia demoniaca, jadeaban en absoluto silencio y se podía ver la espuma que brotaba de entre sus hocicos.

Casi parecían estar sonriendo.







Hasta el día de hoy el pueblo de “El cerrito del sol” permanece desolado, las pocas personas que vivieron ahí dijeron que ya no se podía salir porque los chuchos se habían vuelto locos. «Un día vi como unos veinte perros salieron del monte y se le tiraron a Don Rope, el borracho del pueblo, ¡fue horrible! ¡La forma en que lo destrozaron y sus gritos…Oh sus gritos…!»

         Varias personas con armas intentaron librarse de los chuchos, pero entre más mataban más salían. «Nunca pensé que esos escuálidos animales pudieran hacer algo así…era casi como, no sé, como si quisieran vengarse…»

         Varios niños, ancianos, mujeres y enfermos fueron hallados muertos, casi todos con no más que cabello y ropa sobre sus huesos, en los alrededores del pueblo. Varios perros fueron sacrificados pero era obvio que había muchos más. Debido a que el pueblo estaba rodeado de espesos bosques y fincas no se pudo saber cuántos perros habían logrado juntarse.

         «Les digo que esos malditos chuchos tenían algo malo…no era hambre, era malicia. ¡Mataron a niños, eso sólo lo haría un animal del Diablo!»



También se descubrió que el agua del río que corría a las afueras del pueblo contenía una toxina desconocida. Nadie ha sabido explicar qué clase de toxina es la que está en el río y ningún experto ha querido confirmar alguna relación entre esto y esos horribles ataques.

         La gente sigue aterrada pues se sabe que los perros o chuchos siguen ahí.

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