Te amo querida.



 "El matrimonio tiene su magia. No trates de comprenderla del todo, sólo aprecia su poder"



Eran las 6:20 de la mañana cuando escuché el molesto sonido de mi teléfono vibrando y sonando al mismo tiempo (era mi día libre y lo último que quería era oír el timbre de ese aparato y más a esa hora) de mala gana y aun con los ojos cerrados estiré el brazo y lo tomé; vi que quien llamaba era mi esposa.

         «Aló» dije tratando de no soltar el sueño que aun pesaba en mis ojos. No sé qué había estado soñando, pero era uno de esos sueños como de película en los que uno quiere seguir viendo para ver qué pasa al final.
                            
         «¿Alóoo?» dije de nuevo.
Podía escuchar bastante ruido, la voz de mi esposa se oía a lo lejos pero yo no podía entenderla, su voz era opacada por la molestia interferencia.   No sé bien cómo explicarlo pero era como cuando uno trata de hablar en la calle cuando hay bastante viento o como si la persona estuviera en una fiesta rodeada de personas chocando unas contra otras.

         «¿Me oís? ¡Aló!» estaba irritado y el sueño parecía deslizarse más y más.
Vi la pantalla y vi que la llamada seguía activa. Decidí colgar y llamar a mi esposa. Después de unos segundos ella contestó:
         «Aló. ¿Qué pasa?»
         «¿Qué pasa? Vos me llamaste, ¿no?»
No sé si sea cierto o no, a veces nuestro cerebro manipula los hechos y emociones relacionados con un recuerdo, pero creo haberme sentido muy nervioso mientras hablaba con ella.
         Mi esposa me dio una de sus patentadas risas fiesteras. Era una risa con corazón y que hacía que a uno se le pasara el mal humor.
         «¡Ay, perdón! Es que creo que mi teléfono se marcó por error. Lo tenía en mi cartera y como tu número está en marcado rápido... Perdón cariño. Bien decía yo que escuchaba una vocecilla en algún lado»
        
No pude evitar reír. El molesto y confuso ruido que había escuchado era el del teléfono nadando en un mar de cosméticos y quién sabe qué cosas más. Una vez mi esposa me había pedido que le pasara un pintalabios de su bolso y por más que rebusqué no lo encontré, molesta, mi esposa me hizo a un lado, metió su mano sin siquiera ver en donde buscaba y sacó la maldita cosa esa como un mago saca un conejo del sombrero.

         «Aaaa, bueno, ¿está todo bien entonces?» le pregunté suspirando, era obvio que el sueño no volvería, jamás sabría qué iba a pasar en fuera lo que fuera que hubiera estados soñando. Pero al menos el nerviosismo había pasado.
         Mi esposa rió de nuevo y pensé que esa era la mejor forma de empezar el día.
         «¡Si todo está bien! Hay un poco de cola y el bus no parece moverse, pero hoy no tengo mucho trabajo así que ¡No-me-importa!»
         «Va, entonces ahí hablámos más tarde, gracias por despertarme por cierto, eso te va a salir caro»
         «Uuuuy, perdón mi vida, te compraré una tu pizza llena de grasa y jamón, jiji. Va, ahí hablámos…ahí hacés limpieza»
         Ambos reímos.
         «Adiós pues, te amo»
         «Adiós y yo también…creo»
Colgué la llamada e inútilmente traté de dormirme, mi mente estaba más que activa (activa ahora que no tengo nada que hacer, ¡ah pero en el trabajo!) Me levanté, ordené la cama y me fui a bañar. Cuando salí, revisé el teléfono, en la ducha pensé haber escuchado a lo lejos que sonaba otra vez, pero no había más llamadas perdidas de mi esposa. Su risa aun sonaba en mi cabeza y parecía que también en la habitación como cuando mirábamos una de esas ridículas comedias románticas. Me vestí y fui a hacer el desayuno.
         Más tarde ese día me enteré de que mi esposa había fallecido.




¡Ojalá se hubiera llevado el auto! ¡Maldita sea, ojalá se hubiera ido manejando al trabajo!
Pensaba eso mientras conducía al lugar en donde se identifican los cadáveres. Mis ojos se ponían borrosos a cada rato y varias veces tuve que detenerme para respirar.
Teníamos un auto, el mío, y ya que mis turnos eran rotativos no lo usaba una que otra semana porque no era necesario (mi trabajo me beneficiaba con vales de taxi y eso me ahorraba gasolina). Muchas veces le había insistido a mi esposa para que sacara su licencia y así ella podría llevárselo durante esos días, tal vez incluso le compraría su propio auto en su cumpleaños, pero a ella nunca le había gustado manejar; intenté enseñarle y lo único que hizo fue estrellarse contra la pared del vecino mientras lo sacaba de garaje.
         «¡Nunca vuelvo a estar detrás del volante de esa cosa!» me dijo. Su cara estaba algo pálida por el susto aunque no había pasado gran cosa. Yo estaba rojo de tanto reír. ¡Y vaya que cumplió con esa promesa!
Aun así no pude evitar sentir una tremenda culpa en mi pecho y garganta, algo estaba atorado en mi garganta y algo estaba apuñalando mi corazón una y otra vez.
         Trataba de no llorar, lo haría luego, pero si lloraba en ese momento sólo iría a estrellarme contra algo o peor aún arrollaría a una de las muchas personas que inconscientemente caminaba por las calles a esa hora.



Jamás había llorado tanto en mi vida.
El día que murió mi madre lloré, aunque no tanto porque ella murió de vejez mientras dormía tranquilamente en la casa donde nos había criado a todos. Ella se fue en paz. ¿Pero mi esposa?
         Durante todo el camino pensé que había sido el maldito autobús, pensé que al despejarse el tráfico había acelerado y se había ido a volcar en uno de los barrancos por donde pasaba. Pero no fue eso.
         Mi esposa se bajó donde siempre y caminó las mismas calles hacia su trabajo, el lugar no era tan peligroso y a esa hora había gente por todos lados.
         «Íbamos caminando y de repente escuchamos unos disparos, primero se oyeron bien lejos pero luego casi de inmediato parecían estar ahí mismo, ¡donde nosotras estábamos!» decía una de las compañeras de mi esposa, se habían encontrado en una de las ventas de panes y atoles que hay por ahí. Mi esposa se detuvo a saludarla y luego se fueron juntas.
         «¡Todo fue tan rápido! Lo lamento, ella era… ¡tan buena!»
Ella estalló en llanto, su blusa celeste estaba manchada con la sangre de mi esposa.
         Los disparos que escucharon fueron de unos sicarios que hacía unos segundos habían dado muerte a un vendedor de seguros a unas calles de ahí. Una patrulla iba pasando y bueno, así empezó la persecución. Los sicarios (que resultaron ser unos jóvenes no más de catorce años) empezaron a disparar a diestra y siniestra mientras intentaban escapar. Dos policías y un niño que iba con su madre a la escuela resultaron heridos, un vagabundo que pedía dinero en una esquina y mi esposa murieron. El vagabundo llegó al hospital donde murió en la entrada. Mi esposa recibió una de las balas perdidas justo en el pecho y murió de inmediato.




Saben, es increíble lo rápido que uno puede caer en la bebida. Yo pasé de ser un bebedor tranquilo que no tomaba más que una o dos cervezas de vez en cuando a beber todo lo que tenía alcohol todos los días.
         Pasé meses así y los recuerdos de esos días no son nada claros, es como tomar fotografías por accidente, cuando revelas esas fotos, ves un montón de ángulos y partes de cosas que no sabes qué son. Caras desenfocadas, la manga de la camisa de alguien, la orilla de una mesa…cosas así. Lo que sí recuerdo, es lo que pasó la tarde de un día jueves. El último día que estuve ebrio.

         Estaba en un bar de mala muerte, rodeado de música deprimente; un pendejo cantaba diciendo que su amor lo había dejado por otro y que ahora él bebería y se acostaría con todas, «¡Blagh!» dije, «Tu perdiste a una zorra, yo perdí a la mujer de mi vida por culpa de una ba-bala perdida. ¡Mier-da!»
         El lugar era oscuro pues nadie quería ver la cara de nadie (ni siquiera la de ellos mismos) y el aire parecía húmedo como si el olor del aromatizante que habían usado era Aroma a trapeador mojado.
         No sé por qué seguía teniendo ese celular, excepto que sí sé.
La llamada de mi esposa y la que yo le hice. Miraba esas dos llamadas grabadas mientras daba un trago…y otro…y otro. Una vez pensé en marcar el número y ver qué pasaba. No lo hice de inmediato, pensé que en el momento que oyera el «El número que usted marcó no está disponible en nuestra red telefónica…» por parte de esa mujer robot me daría un tiro.
Encendí la pantalla y la miré como si no supiera bien qué era, mi estómago se revolvió y antes de que vomitara lo puse en la mesa, en la oscura mesa donde no veía ni mi mano.
         A lo lejos pensé oír algo, un zumbido o ronroneo pero yo ya estaba en esa zona nublada y tóxica, no podría haberme dado cuenta de qué era aún si me hubieran gritado la respuesta en la cara.
         Se detuvo.
Luego vino el oxidado y metálico sonido de uno de esos viejos teléfonos de los ochenta. Me estaba yendo.
Después de un rato escuché: «¡Ese, sí ese! ¡Agárrenlo!» y luego oí pasos, pies pesados. Gruñidos furiosos. Me estaban agarrando del cuello de la camisa y me estaban jalando como un boxeador que ha sido noqueado.
         «¡Pero qué ca—»
         «¡A la mierda! ¡Sáquenlo y vean que se vaya! La mujer esa dijo que es peligroso»
         «Pues no lo parece»
Oí risas.
         «La verdad que no, ni siquiera creo que tenga pistola»
         «Me vale verga si es o no, ya he tenido muchos problemas, y si era una broma o no no me importa, mejor que se vaya a morir a otro lado. ¡En mi bar no quiero más muertos!»
        
¿Más? Pensé a lo lejos. Quería reír con ellos y sobre todo, quería seguir bebiendo sin que nadie me estuviera jodiendo. Me aventaron con fuerza a la calle y caí de cara raspándome la mejilla izquierda (la piel estuvo roja por días). La luz del sol era brillante y los autos que pasaban parecían estar sobre mí. No me di cuenta que tenía el teléfono aferrado a mi mano, ¿a qué horas lo agarré?
         «Andáte a la mierda, y si te vemos por aquí te damos verga»
Más risas e insultos. Con la indignación de un ebrio, me levanté tambaleando y me fui refunfuñando insultos patéticos.
         En la noche, estando en mi casa, salió en las noticias que el bar se había quemado. Varios muertos y varios quemados con gravedad.
         «Desafortunadamente las personas que se encontraban bebiendo en las mesas del fondo no pudieron salir pues las puertas estaban atascadas y el lugar no contaba con salidas de emergencia, no se sabe…» decía la hermosa mujer detrás de la enorme mesa. Las mesas del fondo era donde estaba más oscuro…ahí me gustaba a mí.
         Confundido y aterrado, traté de ver la pantalla del celular pero se había descargado. «Esta vez ya no lo cargo» dije como si alguien tuviera la culpa de que se hubiera quedado sin carga. Al rato subí al cuarto y lo cargué.
         Llamada perdida, hoy a las 4:45 pm de…
Hay varias cosas que te quitan la pesadez de la borrachera, pero ver que tienes una llamada perdida del celular de tu difunta esposa sin duda te quita hasta la resaca.
         Me quedé mirando lo que decía, cuando se apagaba la pantalla la encendía rápidamente esperando que ya no apareciera eso, esperando que todo fuera una ilusión. Pero ahí estaba. Llamada perdida.
         La mujer esa dijo que es peligroso.
¿Qué mujer? Me dije, excepto que sabía. ¡Sabía!
Aquí diría Si, yo no creo en fantasmas o en el más allá, bla, bla, bla...
   Excepto que sí creo.

Finalmente me decidí a marcar el número de mi esposa.
         No hubo tono de marcar. No hubo mujer robot que me dijera que el número ya no existía. Sólo hubo silencio, como si alguien estuviera del otro lado de la línea, esperando que yo dijera algo. O como si no pudiera hablar porque no se lo permitían.
Colgué la llamada, apagué el teléfono y me acurruqué en mi lado de la cama. Llorando.




Pasé las siguientes tres semanas estando sobrio. Esperando una llamada, esperando…Y nada.
Decidí salir a caminar un rato y después de ver el espacio vacío en el que alguna vez hubo un bar, mi boca se puso seca y decidí ir a beber algo. ¡Al carajo todo!
         Me temblaban las manos como un adicto que espera que le traigan su siguiente dosis. No lo haré...me decía. No, no lo haré.
Pero sí quería hacerlo. Ese era el problema. Vi que la mesera venía con mi trago y entonces miré al teléfono. Quieto y prácticamente muerto.

         «Ese teléfono no va a sonar querido, por cierto, aun te debo la pizza»

Levanté la mirada y vi a mi esposa frente a mí. Su rostro sonrojado, su cabello castaño amarrado con una cola de caballo y vestida de…bueno, de mesera. La imagen parecía sobrepuesta, como si alguien estuviera proyectando la imagen fantasmagórica de mi esposa sobre el cuerpo sólido de la mesera.
         «Aaa—» me quedé boquiabierto como un idiota.
         «Mi jefe me va a regañar si me quedo más tiempo, ya me regañó por lo de la otra vez. Pero sabes, él es como esos padres sobreprotectores, te muestra una mala cara y te regaña si rompés las reglas, pero creo que a él le gusta, al menos cuando lo haces por algo bueno. Detrás de esos regaños y cara molesta, él sonríe»
         No tenía ni idea de qué carajos estaba hablando, sólo me fijaba en ella, tratando de absorber cada palabra. Obviamente todo tiene sentido ahora…un poco al menos.

         «No te traje tu bebida porque, bueno porque ya viste lo que casi te pasa la otra vez. ¡Te daría un coscorrón pero no puedo o ella se mete en problemas!—se señaló así misma, excepto que claro no era ella, físicamente al menos —En fin, te quiero mi amor…no te matés de esta forma. No vale la pena y no te toca, yo estoy bien y tú debés estarlo también. Buscá a alguien con quien terminar lo que te queda de vida, si querés claro, sino aunque sea viví tranquilo. Yo también estaba molesta cuando llegué, pero ya no. Así pasa»

         «¡Yo no quiero a nadie más y no es justo!» le dije y pensé que un gerente llegaría a sacarme por estar haciendo ruido e insultando a una inocente mesera, pero nadie pareció oírme, es más, creo que si hubiera visto alrededor, no hubiera visto nada ni a nadie. Era como ambos estuviéramos en una nube o en un espacio vacío sin paredes.
         Mi esposa rió, y ¡Oh cuánta alegría trajo a mi vida! Luego me vio con cara de ¡Que necio sos! Y sonrió. Era una sonrisa nueva, era…tranquila. Inmensamente serena y llena de conocimiento.
         «Te quiero. Y sé que tú me vas a querer siempre, pero te diré algo, el amor físico no se puede compartir con alguien que ya no está, y vivir sólo con el amor sentimental que queda en el corazón y en la cabeza no es suficiente a veces. A veces se necesita de los dos. Es confuso tal vez, ni yo misma lo entiendo del todo, he vuelto a la escuela, sabes. Estoy aprendiendo TODO. Pero sé feliz. Amáme en tus recuerdos, pero amá a alguien más con tu cuerpo. La vida sigue, no hay nada que hacer…sólo vivir.»
        
         «Te amo» le dije al fin, y me alegro que haya podido hacerlo.
         «Yo también te amo… ¡ah, y si encontrás a una muchacha bonita, más te vale que la tratés bien!, sino yo misma te vengo a jalar los pies…» me guiñó un ojo y me regaló otra de sus risas. Así se fue esfumando. Riendo…y dejándome en completa tranquilidad.

La mesera parecía algo confundida, estaba parada frente a mí como si hubiera olvidado algo o como si hubiera perdido el tiempo en algún lugar y no podía recordar ni por la vida de su madre en dónde había estado.
         «No gracias, lo cambiaré por agua y un pastel de, uh, ¿de qué tienen?
La mesera sonrió y me dio las opciones. Era muy bonita de hecho.
         «De queso entonces, gracias»
Me sonrió y luego inclinó la cabeza ligeramente como si me conociera de algún lado…




No he vuelto a saber de mi esposa desde hace más de un año. Eso está bien porque aquella conversación (si es que pasó, ¡ah, a quién engaño, claro que pasó!) cerró todo. No he salido con nadie y no me ha interesado realmente.    Beber…mucho menos.
Tal vez vaya a ese restaurante otra vez. Tal vez esa muchacha esté de turno…tal vez…o tal vez me quede en casa, viendo una ridícula comedia romántica (un tipo atractivo que antes era un idiota se enamora de la chica que antes era torpe y fea pero que ahora es hermosa) mientras hojeo el álbum de bodas. No estoy triste, créanme…bueno, tal vez un poco. Pero ¡Hey, así es la vida! ¿No?
Sólo me queda vivirla.



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