Una segunda oportunidad



Tuvo que detenerse un momento. Sus manos no dejaban de sudar y su cuerpo entero temblaba como si una continua corriente eléctrica pasara a través de él desde el piso. Cerró los ojos y contó hasta diez y luego, al ver que no se calmaba, contó otra vez y otra vez. Llegó a contar un total de doce series de diez. Abrió los ojos lentamente, temiendo hacer algún movimiento brusco como si tuviera una bomba atada a su pecho. Su cuerpo estaba quieto y sus manos estaban secas.

Él no podía permitirse un error, no después de haber trabajado por más de tres años. Miró el artefacto en el suelo. Estaba casi terminado.

Nunca en su vida había seguido instrucciones de nada con tanto cuidado. Jamás se había dedicado a un proyecto por tanto tiempo y con tanta pasión.
Pero lo valía, si lo que decía el libro era cierto, todo valdría la pena.

            La verdadera máquina del tiempo” Decía el libro.
No sabía quién lo había escrito y no le importaba, lo único que él deseaba era que eso fuera algo real. Había juntado todas las piezas que el libro le indicaba, había ido a todos lados para encontrar los tornillos que el libro pedía con tanto detalle. Al principio, cuando el proyecto no era más que un montón de chunches regados en el piso de su habitación, él había sentido una fuerza, si se puede describir de esa manera. Una fuerza que lo rodeaba.

Ahora estaba casi—
            “¡Oh Dios!” su voz parecía venir de muy lejos. No más que un soplido.
Estaba completo.

Su corazón rebotaba en su pecho como una pelota de goma. ¿Funciona?
Presionó el botón.

No hubo efectos de sonido o de luz; no se abrió un portal frente a él sacando rayos y centellas. No tembló la tierra. No se deformó la realidad a su alrededor. Bien podría haber creado una increíblemente compleja lámpara de noche.

Él no lloró. No se llenó de rabia. No sintió nada. Tres años de su vida parecieron haberse ido por un hoyo.
            “O bueno”. Fue lo único que dijo y se levantó.
El artefacto en el suelo iba perdiendo su brillo mágico.
            Caminó cabizbajo hasta la sala. En ningún momento se fijó que el mueble en la entrada de su cuarto ya no lucía desteñido y carcomido por generaciones de polillas, ahora se veía firme y juvenil con el color azul brillante que él había visto tantas veces al irse a la escuela en las mañanas veinte diez años atrás.
Tampoco notó que las paredes ya no estaban peladas o que el piso ya no estaba resquebrajado como el suelo de un desierto. Las paredes habían sido recién pintadas y el piso recién trapeado.

No, el pobre hombre no se dio cuenta de nada. Ni siquiera que ahora su cabeza no sobrepasaba la altura de la mesa.

Alguien estaba afuera, buscando la llave correcta entre un llavero con más de cinco otras llaves para meterla en la cerradura.

            ¡Ya vine!”
Se detuvo a medio camino, notando finalmente que sus pies ya no estaban metidos en unos gastados mocasines sino en unos pequeños tenis adornados con la S de Superman.
Levantó la mirada y vio a la sonrojada mujer que se esforzaba por no dejar caer la pesada bolsa con la comida para el almuerzo.
            Sus ojos no pudieron estar más abiertos, ni su cara más blanca.
            “¡Qué pasó!”
El corrió hacia ella, dejando que su cuerpo de ocho años fuera envuelto por el vestido floreado de su madre. Dejando que sus fuertes brazos quemados por el sol lo sujetaran con sorpresa.
El aroma dulce del perfume de su madre fue lo que finalmente lo convenció de que eso era real. ¡Por favor, que sea real!

            “¿Estás bien? Mi vida, ¿qué pasa?” Su madre no sonaba aterrada o preocupada, sonaba cansada pero llena de ternura por su hijo. Su pequeño.
Él no la soltó. Se pegó a ella con fuerza y ella no pudo hacer nada. A ella le gustaba.

El libro no decía cuánto tiempo duraba el efecto, veinte minutos, tres días, veinte años tal vez. A él no le importaba. Él se quedaría ahí, abrazando a su madre, mirando la sonrisa que tantas veces había ignorado. Sintiendo el aroma de su perfume. Sintiendo el suave toque de sus manos.
No importaba el tiempo. Un minuto o veinte años. Él apreciaría el tiempo que alguna vez desperdició.
Claro, él no podría evitar que su madre fuera atacada por aquel cáncer que finalmente se la llevó. Pero eso no importaba, él estaría con ella esta vez.

No dejaría que el tiempo se le fuera de las manos.


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