Frutos negros

El bastardo se quedó tieso en mis brazos, sus ojos quedaron abiertos con una expresión de terrible sorpresa. "¡Tú!" me decían esos ojos blancos.
Fue fascinante ver como su rostro perdía todo el color. Poco a poco se volvió pesado como una estatua de mármol.

Lo puse en el suelo y entonces lo corte en pedazos. Muchos pedazos. 36 pedazos en total. Debieron verme, cortaba como un experto, bajando el hacha una y otra y otra vez.

Lo llevé (o los llevé) a la parte trasera de la granja y ahí lo enterré. Lo dejé bajo un viejo rosal que alguna vez había lucido hermoso, pero ahora sus flores eran grises y encorvadas.
Así lo dejé, supuse que nadie lo encontraría jamás.
    Y así fue por más de veinte años.


Mi sorpresa llegó cuando supe del "hallazgo" que hicieron unos niños cuando se aventuraron en una vieja granja a las afueras del pueblo.
Tomé mis cosas y regresé a mi antiguo hogar; la vieja casa se veía casi igual, como si el clima no se hubiera atrevido a derrumbar esa espantosa estructura.

Lo único que era diferente era la gran cantidad de hierba que había prosperado en aquella tierra árida. El árbol de mangos había vuelto a dar frutos y estos caían por montones en el suelo.
Había mucha gente, entre ellos periodistas.

"Está atrás" dijeron los niños y pude ver que temblaban, sus padres estaban con ellos. Alegres porque sus hijos serían "famosos".

Disimuladamente me dirigí a la parte trasera de mi granja, fascinado por la cantidad de flores y arbustos que habían crecido en esos años. Durante el tiempo que yo viví ahí todo lo que intentaba florecer moría como si el aire hubiera sido venenoso.
    Tal vez lo era.

Al principio no vi lo que la demás gente veía, a lo lejos escuché sus gritos de ¿horror? ¿sorpresa? no lo supe de primero, yo había estado buscando aquel marchito rosal. Imaginaba un agujero, tierra esparcida y todos los pequeños huesos regados en la superficie.
Levanté la mirada y ante mí había un gran árbol.

El "árbol" eran tan alto como un adulto promedio. Excepto que sus hojas eran negras. Casi parecían estar hechas de...cabello, sí, eso. ¿Qué tan loco suena eso?
Algo colgaba de las ramas que tenían una asquerosa tonalidad beige, ver las ramas era como ver unos alargados dedos de anciano.

De las ramas colgaban unas cosas negras y rojizas. Uno de los periodistas tomó una de esas cosas y como si hubiera sido un globo de agua, esta reventó y un líquido espeso y maloliente lo empapó. La gente gritó y yo casi vomito.

"¡Qué es eso!" gritó una de las mujeres.
Caminé junto con los demás para ver el otro lado del árbol.

Su rostro estaba ahí, carvado en la grotesca corteza del árbol.
¡Era él!
Su rostro gritando estaba plasmado en el árbol.

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