Cusca, cusca.

Después de ponerse su mejor traje; que era un simple pero sexy vestido de color vino tinto, salió a la calle en busca de un buen lugar para beber, bailar y coquetear. Era su noche para ser cusca.

Entró en una pequeña discoteca que estaba repleta de prepubertos que vestían camisas abiertas mostrando un pecho (que según ellos era el de un semental) y oliendo como si se hubieran bañado en colonia. Las señoritas usaban altos tacones que, en la mayoría de los casos, las hacían lucir como pequeñas mujerzuelas.

Ella pensó que no era el lugar para ella pues ella era mucho, mucho mayor que ellas. Aún así decidió entrar y ver si podía conseguir algo.

Las luces parpadeantes eran horriblemente molestar, la peor pesadilla para alguien epiléptico. Caminó hacia la barra, podía sentir las docenas de miradas lascivas y sonrió, ella no se metería con ellos, no a menos que estuvieran en su lista. Pero ninguno de ellos estaba. Al menos no por ahora.

Se sentó en un banquillo alto que casi se da vuelta con su peso. Le pidió una cerveza al bar tender y se dedicó a observar la multitud que bailaba como si no tuvieran nada mejor que hacer. Muchos de ellos deberían estar haciendo tareas se dijo y eso la hizo reír aún más. ¿Dónde están sus padres? ¿Acaso ya no les importa?
Apartó el pensamiento porque no quería pensar esa noche, quería olvidarse de lo que veía a diario. Esta noche simplemente quería ser cusca.

“Vaya…” dijo una voz de repente.

Ella giró, procurando no caerse del banquillo, y miró al caballero que venía hacia ella.

“No creí que iba a encontrar un adulto en este lugar” dijo él mostrándole su mejor sonrisa, y bueno, no estaba mal. Ella se alegró al ver que no era otro prepuberto con bigote de mentiras y granos en las mejillas. “¡Sigue siendo mucho más joven que tú, cusca!” pensó y eso la hizo sonreír.

“¿Te molesta si me siento?” le preguntó aunque ya casi estaba sobre el banquillo al lado de ella.
“No” le dijo ella y ahí mismo aceptó que él era atractivo, bueno, al menos para ser un-

“Mi nombre es Josué, ¿puedo saber tu nombre?”
le preguntó él y la primera vez ella no respondió. Al darse cuenta que había sido porque no lo había escuchado, él le preguntó de nuevo.

“No…no, puedo decirlo. Lo siento” le dijo ella.

Él simplemente sonrió y se acercó más.

Conversaron un rato; resultó que él era un maestro de ciencias que se había divorciado hacía unos meses y que aunque ambos compartían custodia de su hija de siete años, su ex esposa apenas y lo dejaba verla.

“Pareces saber tanto” le dijo él mientras se acababa su cuarto trago.

La noche siguió cayendo y finalmente ellos se besaron. Él la invitó a su apartamento y ella aceptó. Salieron juntos de aquel bar y caminaron la empedrada calle.

“¿Qué significa ese tatuaje en tu antebrazo?” le preguntó él mientras se atrevía a tomarla de la cintura.

Ella observó el tatuaje como si fuera uno nuevo. Y lo era.

“Por hoy creo que significa ‘Josué’” le dijo ella mientras seguía leyendo el curioso escrito en su brazo. La palabra parecía picarle.

Él rió y la acercó más hacia él. Ella lo besó y volvieron a caminar hacia su casa.

“Hoy es tu noche para ser cusca” se dijo ella mientra veía su reflejo en el espejo del baño. Él estaba “preparándose” en la habitación de su apartamento.

Ella sonrió y desabrochó su sostén. El tatuaje en su brazo seguía ardiendo, eso era lo malo cuando ella usaba piel; ella sentía cuando usaba piel. Muchas de las cosas que sentía cuando tenía piel eran buenas, como cosquillas, calor o suavidad. Pero el dolor le molestaba.

“Hoy seré cusca y lo disfrutaré. Y si hoy es el último día de Josué…pues haré que sea se vaya con una gran sonrisa en su rostro.”

Y así, la muerte cusca salió del baño. Mostrando la piel desnuda que había elegido usar esa noche. Una piel tersa y hermosa. Josué sonrió y ambos disfrutaron la noche. 

 La última para él, sólo una más para ella.

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