Miedos oscuros: Las alturas.

Primero: Me llegó la inspiración de estos relatos mientras veía una lámpara reflejada en el agua sucia de una fuente, curioso ¿hu? ¿Han estado alguna vez parados al borde de un edificio alto? ¿Han sentido esa sensación de vértigo al ver el vacío? ¿Qué pasaría si de repente decidieran saltar, sin razón aparente? Supongo que eso es sólo curiosidad, a nuestro cerebro le gusta pensar en toda clase de escenarios, incluso los más mortales. Pero, ¿se imaginan si hubiera otro factor que los hiciera pensar en saltar? La tristeza por ejemplo. Pienso en todos esos pobres desesperados, parados al borde. Viendo al vacío y pensando que esa es la única salida. Pienso: ¿Qué haría yo si me sintiera así? Y ese es uno de mis miedos oscuros.

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Después de que has tenido ese mismo sueño noche tras noche, decides ir a buscar ese lugar, jamás has estado ahí antes pero sabes la dirección exacta. No sabes por qué, pero sientes una tremenda emoción como si fueras a conocer el amor de tu vida en ese lugar, excepto que no es eso lo que sientes realmente. ¿Qué es? Te preguntas, pero no tienes una respuesta clara, pero quieres ir. Debes ir.
Así que pides un taxi que llega a la puerta de tu casa a las 11:23 de la mañana, te has vestido con la ropa más formal que encontraste en tu armario. Sigues sin saber por qué realmente.
Sin pensarlo dos veces le das la dirección al chofer de memoria: 6ta Avenida B 2-95 Edificio Zabi. El chofer del taxi parece un poco confundido.
¿Está seguro que esa es la dirección a donde quiere ir? te pregunta como si le hubieras pedido ir al peor lugar del mundo. Le dices que sí aun sintiendo esas extrañas mariposas en tu estómago. El chofer no dice nada excepto que se la pasa viéndote todo el tiempo por el retrovisor, sus ojos tienen un brillo extraño como si de repente fueras un ser peligroso o si él creyera que eres una especie de lunático. Finalmente llegan al lugar indicado; el edificio se encuentra en una parte tranquila de la ciudad, no la más segura pero tampoco la más peligrosa. El edificio no es más que una torre de concreto y acero con ventanas algo viejas y oscuras en donde cientos de tristes empleados pasan sus días juntando papeles que nadie lee y tecleando en computadoras que debieron haberse actualizado hace dos décadas. Un simple y aburrido edificio de oficinas. Tú estás ansioso y lo sientes en tu corazón.
Le das el dinero al taxista con tu mano sudorosa. Él lo toma por un momento y con un suspiro lleno de miedo te dice: “Escucha, no sé qué es lo que estás pensando, pero quiero que sepas que hay otras formas de solucionar tus problemas” Tu frunces el ceño confundido y algo aterrado por la forma en que te mira, es como si para él fueras un fantasma o estuvieras a punto de serlo.
“No sé de qué me está hablando” le dices tratando de sonar calmado.
“Bueno, lo intenté, pero dime sólo una cosa” te dice el taxista “¿Aprecias tu vida?”
“Siempre” le dices te alejas para darle la señal de que se vaya.
Él te ve una vez más, con sus ojos te dice prácticamente que te vayas, pero tú sólo sonríes y le dices gracias. Él se va, la señal de TAXI parpadea como diciéndote “Suerte” Das un giro y te adentras al edificio del que tanto has soñado en las últimas dos semanas sin razón aparente. Mil mariposas revolotean en tu estómago.
“¿En qué lo puedo ayudar?” te pregunta la bella señorita de cabello rojizo en el escritorio de recepción, sus labios brillan y hacen que quieras besarla de inmediato. Sus ojos parecen saber exactamente lo que dirás.
“Hum, busco, uh, al señor uh…” el nombre que estuvo flotando en tu cabeza desde que bajaste del taxi parece haberse borrado como tiza en un pizarrón. Pánico empieza a subir por tu espalda y piensas que te han descubierto y que no lograrás tu objetivo. Sea lo que eso sea.
“Razzi” dice la bella señorita, ella lo dice como un hecho en lugar de preguntarlo y el nombre vuelve a escribirse perfectamente en tu cerebro.
“¡Si!” le dices. Deseas lanzarte sobre el escritorio y besarla y tocarla.
“Último nivel, la puerta roja” te dice, sus dientes son tan blancos y perfectos y sientes un aroma tan dulce e indescriptible. Tienes una erección.
“Gra-gracias” le dices bajando tu mano para ocultar el bulto en tus pantalones.
“Una cosa más” te dice ella, sus ojos brillan como faros en la oscuridad “Los elevadores están en reparación, temo que deberá usar las escaleras. Lo siento muchísimo” Ella se levanta y se inclina mostrando un escote grande y hermoso. “No importa, me gusta hacer ejercicio” le dices y te das cuenta que quieres subir esas malditas gradas y llegar al final. Quieres verlo.
Abres la puerta y ves las escaleras, catorce pisos a subir, a pie. Tu corazón te duele y la erección en tus pantalones está a punto de estallar. La voz del taxista intenta razonar en tu cabeza otra vez como una molesta abeja o mosquito pero las palabras de la bella muchacha las sobrepasan. Él espera.
Subes hasta el final y ves un opaco corredor, una fea alfombra anaranjada cubre el piso, hay cuatro oficinas, todas con las puertas cerradas, puedes escuchar personas tecleando y tecleando como si no hubiera nada más importante en el mundo. No los ves pues los vidrios de las ventanas son opacos, sólo ves unas siluetas humanas borrosas y deformes. Casi te preguntas si son personas en realidad. La puerta roja está al final del pasillo. Confusión llega a tu cerebro por tercera vez. Sobre la puerta hay un letrero con letras blancas que dice: “SALIDA AL TECHO” pero eso no tiene sentido.
Abres la puerta y lo primero que sientes es la brisa en tu rostro. No hay oficina, no hay muebles, no hay nada. Estás simplemente en el techo de aquel sombrío edificio. La puerta se cierra tras de ti de forma lenta, casi burlándose. “¿Qué es esto?” le dices al techo gris y desolado. Volteas e intentas abrir la puerta pero no hay perilla ni forma alguna de jalarla. Una horrible desesperación empieza a subir por tu espalda como una araña. Tallado sobre el metal de la puerta puedes leer: “Eran moscas después de todo, jamás fueron mariposas” No lo entiendes a un principio. Pero entre más lo lees y entre más intentas abrir una puerta sin manilla, más te das cuenta de lo que significa. Una broma.
Tu corazón se rompe, es como si el amor de tu vida que se suponía estaría ahí, se ha ido con otro hombre, alguien mejor y más grande. Ahora ambos se ríen de ti desde la recepción. La hermosa muchacha con cabello flameante se ríe a carcajadas con su busto rebotando. Jamás fuiste popular, nunca tuviste novia, tampoco amigos, y tus padres probablemente te hubieran dejado en un basurero si hubieran tenido la oportunidad cuando eras niño. Tú eres la broma.
Te sientes tan triste, tan mal y tan vacío. Entonces recuerdas que estás en el techo de un edificio de catorce pisos. Caminas al borde pateando las piedrecillas con tus zapatos lustrados. Te subes al borde y ves al vacío. El aire acaricia tu rostro con una ternura que jamás sentiste, el canto de un ave desconocida te arrulla casi con amor fraternal. Tus pies se alejan cada vez más del borde. “Rizz” le dices al vacío sin conocer el nombre en absoluto, nada tiene sentido pero eso ya no te importa, lo único que quieres es acabar con todo. Entonces la puerta roja se abre con fuerza.
“Muchacho por favor no lo hagas” te dice una voz fuerte y masculina. Volteas lentamente sintiendo aún más tristeza.
Tres hombres están parados frente a la puerta roja. Dos de ellos parecen policías y el tercero parece un bombero. “¿Qué?” preguntas con cara de tonto. “Escucha, el taxista nos llamó, él lo supo y a él le importas aún si no te conoce” dice el hombre que está en el centro; un hombre moreno y fortachón. “No-no uh, ¿qué?” repites. Los recuerdos del taxista parecen lejanos, como si hubieran sido meses desde que viste a ese canoso taxista. Salta sigue parpadeando en tu cabeza.
“Escucha, podemos ayudarte, no eres el primero que viene a este lugar para…para hacer esto, no sé cómo es que logran entrar a este edificio, pero a mí me importas, sé que no me conoces, pero a mí me importas porque eres un ser humano. Eres un ser humano maldita sea y tu vida es preciada. Vamos, baja, te llevaré a comer y podemos platicar con calma” sientes curiosidad por ese hombre, suena como el padre que nunca tuviste. Como el maestro, como el amigo, como el hermano que nunca tuviste. Sientes una clase de amor por ese hombre, un amor diferente al que, por alguna razón, sigues tendiendo por el tal Rizz. Das un paso y bajas del borde. Quieres abrazarlo. Entonces ves al otro hombre, el que también es policía, excepto que es más joven y debilucho, luce como tú, es otro perdedor como tú. Ves su mirada y sabes quién es. Sus ojos llenos de una pena y dolor que tú ya has visto en tu propio reflejo. Él te entiende y tú a él. Ambos son hermanos de la soledad e indiferencia del mundo. Él saca su arma y tú asientes. Las mariposas (moscas) llenan tu estómago. Estás completo. “Gracias” le dices sin saber por qué realmente. No sabes que ha pasado desde esta mañana realmente.
“¿Qué?” dice el hombre fortachón. “¡Qué carajos estás-” intenta decir el bombero. Pero el disparo lo calla. Lo sientes en tu pecho. Un beso cálido y filoso. El beso de Rizz.
Tambaleas con los brazos abiertos y finalmente te vas de espaldas hacia el vacío. “¡NOOOOOOO!” escuchas a ambos hombres gritar pero tú ya estás cayendo. Una sonrisa bien dibujada en tu rostro, no sabes por qué, pero estás feliz. Feliz de verdad, feliz como nadie en este mundo ni en el otro. Nunca entendiste la felicidad y no te importa. Sangre empapa tu camisa blanca y bien planchada. Ves al hombre fortachón mirándote desde el techo. En un minuto habías aprendido a quererlo, pero él no te daría la felicidad que necesitabas. Sólo Rizz lo haría y ahora lo había hecho. ¿Tiene sentido? claro que no. Porque así es la felicidad. La que es pura no tiene sentido, sólo pasa.
Cierras los ojos y por un breve momento hueles la dulzura de la bella muchacha con cabello rojizo, escuchas su risilla coqueta.
Para cuando tu cuerpo se estrella contra el concreto, tu cráneo abierto y destruido, ya no sientes nada. Te quedas viendo al cielo, escuchas las ambulancias a lo lejos. Escuchas la risilla de la hermosa mujer, sientes que hay dos personas paradas detrás de ti, pero claro, ya no puedes moverte.
“Uno más” dice ella. Y al final tú sólo sonríes. Estás feliz.

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