El gran baile


El salón estaba lleno, los invitados vestían los trajes más caros y lujosos en todo el reino.
Las copas se vaciaban y se llenaban de vino una y otra vez, cualquiera que se pusiera demasiado ebrio para comportarse era lanzado fuera del castillo por los enormes guardias, si el ebrio seguía necio entonces ellos podían usar los puños y ¡vaya! que sabían usarlos.

Arriba en las habitaciones una que otra "doncella" se divertía con los muchos "príncipes" que rondaban el palacio en busca de desahogo. En la habitación del fondo, yacía una hermosa muchacha de cabello negro, su cabeza había sido abierta por la fuerza de una enorme veladora de oro. La sangre se esparcía por su vestido rosa. 
Pero ella no era la protagonista, ella no importaba, a nadie le preocuparía su muerte. 
No, todo giraba alrededor del príncipe, el verdadero. 

Sus padres lo observaban desde sus tronos, él había bailado con casi todas las muchachas en el salón, pero no parecía encontrar la indicada.
Justo antes de la media noche, las enormes puertas del palacio se abrieron y una preciosa muchacha apareció; su cuerpo parecía haber sido tallado en mármol por una artista prodigio, su rostro mostraba una inocencia y una sensualidad que hizo que el príncipe se quedara parado boquiabierto. Y con una pequeña erección.

Aquella hermosa dama bajó los escalones con una gracia divina, sosteniendo la lujosa tela de su vestido rojo. Unos relucientes zapatos plateados taconeaban con cada paso que daba.
La audiencia observaba atónita el andar de aquella destellante figura. Un aroma a rosas parecía flotar en el aire.

-Usted me ha quitado el aliento y ha llenado de placer mis ojos, ¿Quién es usted? jamás la he visto antes en estas tierras-dijo el príncipe besando la suave y delicada mano. 
-Me llamo Estela-dijo la dama de rojo, sus labios parecían hechos de algodón y su cuello era refinado como el de un cisne. Su cabello castaño caía como una cascada sobre su hombro derecho. 
-Estela. que hermoso nombre.

Ambos sonrieron y el baile comenzó a su alrededor, el público los admiraba, una que otra mujer la miraba con una negra envidia, pero la mayoría sólo bailaba. La banda tocaba alegre y el rey y la reina sonreían y se tomaban de la mano. 

El baile continuó por horas y él no bailó con nadie más. Sus ojos parpadeaban con el brillo de las estrellas más cercanas en el cielo, sus labios deseaban los de ella. El aroma a rosas flotaba a su alrededor haciéndolo alucinar y soñar con tenerla en su habitación. Soñaba con acariciar esa piel de seda.
Soñaba con-

En un instante sus labios estaban juntos, fundiéndose en un beso tan acalorado que hizo que muchos de los invitados vieran hacia otro lado incómodos. 
Todo se detuvo, la música se alejó como si se hubiera ido por un túnel, las siluetas se difuminaron como tinta en el agua. Sólo eran ellos dos.

Entonces vino el dolor. Empezó como un ligero cosquilleo que él consideró parte del intenso amor que sentía por ella, pero luego empezó a presionar sus entrañas como un terrible calambre, era como tener un par de manos apretando sus intestinos y haciéndolos un nudo. Él intentó separarse pero ella sólo lo atrajo más. Entonces descubrió lo que estaba oculto bajo el aroma a rosas, era un aroma rancio y nauseabundo y que él sólo había sentido en las veces que había ido a pelear. Cuando había estado en los campos de batalla había visto los cuerpos herido, los cadáveres de los soldados caídos. Había visto los restos que dejaba la muerte, la carne llena de gusanos, las nubes de moscas negras que se apareaban sobre la putrefacción. 

-¡No!

El príncipe cayó al suelo, su cabeza se sentía hinchada y le tomó un buen rato para volver en sí, la música se había detenido. Estela seguía parada frente a él, sus brazos se columpiaban como los de un simio. Y su rostro, ¡Oh su rostro! 

-La-la M-m-m-m

-La muerte no soy querido príncipe. Pero sí soy amiga de ella. 

Él miró a su alrededor y vio a todos los invitados en el suelo, sus cuerpos retorcidos unos sobre otros, sus rostros y cuellos hinchados, la piel tenía un oscuro color morado. Todos se habían envenenado en un instante y sus ojos colgaban fuera de sus cuencas. Él vio a sus padres y ellos colgaban con la cabeza abajo sobre sus tronos, pero él pudo ver la misma máscara oscura de muerte y tragedia.

-¡Qué has hecho maldita!
Se limpió sus labios que ahora tenían un sabor a estiércol.

-Usted no lo recordará, pero yo era una niña cuando sus fuerzas invadieron mis tierras. Éramos una pequeña comunidad, libre y sencilla. Pero sus padres no admitían eso, debíamos ser parte de su reino, debíamos pagar sus impuestos y servirles nuestra comida. Cuando nos negamos ustedes nos quemaron vivos, nos cortaron las cabezas y nos dejaron con las entrañas afuera para alimentar a los cuervos. 

-Yo-yo no tuve nada que ver
-Lo sé, ni yo tampoco. Pero sus padres sí. Y ellos ya estaban viejos y usted es joven y hermoso. Así que lo dejaré vivo, para que entierre a sus invitados, a sus amigos y a sus padres así como yo enterré a los míos. Así como yo limpié las cosechas de los restos podridos de mi gente. 
Así que me iré. Y lo dejaré. 

-¡Maldita seas! ¡Te buscaré y quemaré tus tierras otra vez! ¡TE MANDARÉ AL INFIERNO!

-JAJAJAJAJA  ¡pobre príncipe inocente! Yo ya estuve en el infierno. Yo ya vi el rostro de la muerte y el del que habita esos reinos de azufre. ¡YO! hice un trato con ellos y ahora si me disculpa, tengo otros reinos que visitar. Usted no es el único hijo real en este mundo. 
Tal vez lo vuelva a ver. O tal vez no, si es inteligente me evitará. Ahora me iré.

Tengo muchos bailes que asistir...

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