¿Sabes quién soy?

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No había ningún rastro de luz en la habitación. La luna estaba escondida detrás de las deprimentes nubes del invierno.
Fred escuchó el sonido de la silla meciéndose hacia delante y hacia atrás, los resortes de la vieja silla chillaban bajo el peso de una fuerza invisible, sus ojos no podían distinguir ninguna de las figuras que flotaban a su alrededor, pequeñas partículas como polvo pasaban frente a él. Pero no eran esas chispas fantasmales las que lo aterraban hasta lo más profundo de sus viejos huesos. Lo que causaba que su sangre se congelara en sus pies era la voz que venía de la oscuridad, la voz que se mecía sobre la silla.
  -¿Qué quieres? Preguntó Fred a la oscuridad, esa pregunta siempre quedaba sin una respuesta clara.
  -Sólo quiero verte –decía la voz con un tono fúnebre, la voz jamás había conocido lo que era el temor, pero había visto a quiénes lo experimentaban.
  -¿Quién eres? ¿Por qué me atormentas de ésta manera? –preguntaba Fred aferrándose a las sábanas, los latidos de su corazón subían hasta su cabeza.
  -No puedo decirte quién soy y mucho menos me interesa atormentarte –decía la voz manteniendo una oscura serenidad –Sólo quiero verte.
Fred abría los ojos aún más intentando atrapar aunque sea un rastro de luz, algo que le permitiera ver al ente que se mecía en su silla, que lo observaba en la tranquilidad de esas horas. Pero lo único que lograba ver eran las pequeñas partículas fantasmales flotando a su alrededor, como el polvo descubierto por un haz de luz. La voz venía de todos lados, afuera y dentro de su cabeza. La silla dejó de mecerse por un momento.
  -¿Eres una especie de demonio? ¿Eres la muerte? ¿Eres el…Diablo? ¡DIME!
-Soy tu padre, el hombre que te quemaba con sus cigarrillos cuando tenías trece –decía la voz –soy tu madre, la mujer que se ahogaba en alcohol mientras tu llorabas en tu cuarto, soy el niño que te golpeaba en la escuela mientras escupía en tu cara, soy el hombre que conducía ebrio y dejó a tu hermano hecho un bulto muerto en una cama de hospital, soy el hombre que te golpeó y te robó tu billetera. Soy el cáncer que atacó a tu esposa y la dejó hecha un adefesio de hueso y piel.
Fred se encogió en su cama, sus lágrimas se arrastraban por sus mejillas hasta que él podía sentir la amargura de éstas en su boca.
  -¿Quieres saber por qué he venido? –preguntaba la voz, no había enojo, no había burla, no había crueldad. Sólo era una voz que se esparcía por la oscuridad. –No voy a decirte…lo siento. La única razón por la que estoy aquí es porque me gusta observarte. No hay nada que puedas hacer para que me vaya, no me iré, aunque tampoco hay nada por lo que debas preocuparte. No me interesa hacerte daño, aunque podría hacerlo si quisiera. Sólo quiero verte dormir. Ahora duerme.
Fred había dejado de llorar, había dejado de temer. Se acostó completamente y cerró los ojos. La silla empezó a moverse hacia delante y hacia atrás en la oscuridad. Fred no tuvo ni una sola pesadilla.
Ya no tenía miedo de nada.

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